Era una noche cerrada del 21 de diciembre del año 2009, justo la noche que tanto nevó en la ciudad de Madrid. Yo sabía que nevaría esa noche, pues todos los medios de comunicación lo habían avanzado ya. Alerta en Madrid por bajas temperaturas, alerta por nevadas de 12 centímetros, todas las máquinas quitanieves preparadas y activado el nivel 1 de emergencia en la capital. Era la noche idea para salir con mi cámara a captar la nevada. En ningún momento pensé a donde ir, no se me había ocurrido el lugar donde acudir, pensé que cualquier lugar que tuviera árboles y césped, un parque quizás, pero cual?, el Retiro lo cierran de noche y a la Casa de Campo no se me ocurre ir a esas horas. Sin saber motivo alguno, cuando me quise dar cuenta, había llegado al Parque del Oeste y estaba frente al Templo de Debod. No era muy tarde y andaba alguna que otra pareja y algún que otro corredor nocturno.
Miraba hacia el cielo y estaba perfecto, gris blanquecino y totalmente cubierto, pero no caía nada. Me dispuse a pasear un rato. A pesar de llevar gorro, guantes y una bufanda, se me estaban congelando las orejas y la nariz. Así que me tapé bien con el gorro las orejas y subí mi bufanda hasta los ojos. Cada vez anochecía más y volvía a tener frío en la nariz, ya al fumarme un cigarrillo volví a dejar la bufanda a la altura del cuello. De pronto me paré frente al Templo, he estado tantas veces que no me había dado cuenta, estaba precioso. Su silueta se reflejaba en el agua del estanque y los focos que le ilumina perfilaba su estructura perfecta en el telón oscuro de la noche. Cogí mi cámara y me agaché junto al borde del estanque, ajusté mi cámara y le hice una foto que es la que he puesto siempre que hablo de él. Estuve así durante algunos minutos, enfocaba, ajustaba y disparaba. En ese instante me di cuenta que ya no tenía frío, estaba ardiendo y me sobraba el gorro y la bufanda, tampoco me di cuenta que ya estaban cayendo copos lentamente y estaba bajo una cortina de nieve que caía pausadamente a mi alrededor. Me da mucha rabia la nieve cuando se te mete por el cuello y me dispuse a ponerme bien la bufanda y extender la capucha de mi cazadora por encima del gorro que llevaba. Me dio miedo que se mojara el objetivo de la cámara y me puse a taparla y guardarla. Una vez hecho todo esto, me quedé de pie mirando a mi alrededor, estaba solo, no había ni un alma, ninguna pareja, nadie con su perro, nadie corriendo. Me he quedado solo, pensé. No me extraña, con esta nevada se ha ido todo el mundo y yo voy a cogerme una pulmonía. Algo me hizo mirar al Templo de nuevo y algo me extrañó... Que raro... no había vigilante alguno en la puerta. Otras veces que he estado haciendo fotos, luego he tenido que utilizar el photoshop para quitar la figura del vigilante de la puerta. Me quedé mirando fijamente porque noté algo raro. Una especie de humo blanquecino salía de la puerta muy lentamente, un humo que parecía que pesara, ya que iba hacia el suelo y parecía arrastrarse hacia adelante poco a poco. Que pasará, me pregunté. Se estará quemando algo dentro?, y si el vigilante está en apuros y por eso no está, o lo que es peor, y si no hay nadie y se quema el Templo?, no, no puede ser, es de piedra y no hay olor a quemado. El humo continuaba avanzando hacia las dos puertas que complementan el monumento, es como si siguiera un camino, sin elevarse hacia el cielo, a ras del suelo. Estaba petrificado, me dí cuenta que llevaba un rato parado si dar ni un paso y me moría de calor. Volví a mirar a mi alrededor, no sabía que hacer, cuando de pronto... volví a fijar la mirada en el templo y todo el centro del estanque se había convertido en una especie de manto de humo que andaba desde el Templo atravesando las dos puertas egipcias. No podía andar, me había quedado como clavado en el suelo. El humo empezaba a avanzar en mi dirección. Saqué la cámara de nuevo y saqué una fotografía, pero según la hice y miré a la pantalla, solo se veía el Templo como siempre, ni rastro de humo. En ese momento se apagaron las luces del templo y todo quedó a oscuras. Utilicé mi cámara de nuevo, esta vez con flash, pero salía todo negro. En ese momento nevaba mucho, y a pesar de tener calor, tenía las manos congeladas y me dispuse a guardar la cámara y salir pitando de allí, pero antes quería hacer más fotos y saqué la cámara otra vez. Disparaba y disparaba, ya ni enfocaba, aunque luego cuando saqué la tarjeta en mi casa no había salido ninguna foto. Solo una, la que saqué con flash antes de que se apagaran las luces y cuando el humo andaba tímidamente entre las puertas.
Una vez más miré hacia atrás, pero no veía nada. Así que seguí mi camino con pasos firmes pero lentos. Fue entonces cuando oí aquél ruido, como cuando arrastras un hierro por el asfalto, no sé, algo metálico y seco, y entonces sucedió lo único que me asustó. Mi nombre, alguien pronunció mi nombre y sonó en todo el parque.
!Bélok!, una voz grave estaba diciendo mi nombre. Me dí media vuelta de nuevo y me quedé horrorizado, el Templo estaba de nuevo iluminado, pero no con la luz habitual de los focos, no, era un color que provenía del humo, todo se había vuelto gris, como cuando te metes en un banco de niebla, pero con mucha luz. Ahora no veía nada a mi alrededor, solo veía el Templo, lo demás era todo gris y oscuro, muy oscuro. Me moría de miedo, pensaba que estaba soñando y que me despertaría en cualquier momento y sabía también que nadie me creería si contaba lo que estaba viendo. Entonces le vi, caminaba hacia mí desde el medio del estanque. Llevaba un traje azul con rayas doradas, algo que le cubría la cabeza y una especie de bastón en la mano. Estaba aterrado, no se hundía en el agua, era como si levitara o caminara sobre ella. Medía más de dos metros y la luz que le rodeaba era dorada y deslumbrante. Volvió a decir mi nombre, pero esta vez mi nombre de pila, mi nombre verdadero. Yo no sabía que hacer ni que decir. Estaba a menos de cinco metros de mí y avanzaba muy despacio. Según se acercaba, yo daba un paso hacia atrás. Me daba miedo, no veía nada más que oscuridad detrás de mí y no sabía que podía pisar, pero tampoco apartaba mi mirada de él. Una vez que le tuve junto a mí, levantó su mano y me la puso en el hombro. Llevaba un enorme anillo del que todavía siento su frialdad sobre mi cuello. Entonces me habló, con voz grave y rotunda...
-¿No te han dicho que aquí no se puede hacer fotos?
Coño!!, Hay acaso algún papiro en la entrada que diga que está prohibido hacer fotos?. ¿Es que la restauración de tu casa no la hemos pagado entre todos?, ¿es que la luz que ilumina tu templo no hay que pagarla?.
Desde entonces sé que la prohibición de hacer fotos a los templos, viene de la época de los egipcios.