domingo, 17 de octubre de 2010

Iglesia de San Andrés y Capilla de San Isidro



La capilla de San Isidro se construyó en el siglo XVII, para venerar los restos del santo patrón de Madrid. Es una bella construcción que supone el triunfo del barroco madrileño y del Madrid de los Austrias. Ya hemos comentado en otros artículos sobre San Andrés y la Capilla del Obispo, el ir y venir del cuerpo incorrupto del santo. Una vez que la parroquia de San Andrés obtuvo la permanencia del santo, hubo que pensar en construir una capilla más grande, ya que la parroquia se quedaba pobre y pequeña para la veneración a que se exponía. Se estuvo pensando en construir un templo nuevo o adosarle una capilla, cosa que al final fue por la que se optó.
Fue Juan Gómez de Mora en marzo de 1639 el que presentó el proyecto para el edificio, pero estos planos fueron rechazados en favor de los de Pedro de la Torre en 1642, y en 1643 se pone la primera piedra con una gran fiesta en donde hubo banda de música y una gran multitud de gente. Pero las obras poco avanzarían y fue el 12 de abril de 1657, cuando el arquitecto José de Villarreal, maestro mayor de las obras reales, se hace cargo de la dirección de las obras, reformando las trazas de Pedro de la Torre. Se derriban las casas de don Fadrique Enríquez y del duque de Béjar, en la Plaza de San Andrés y parte de la muralla de donde se extraerá la piedra necesaria para la obra. Se traen mármoles de Talavera y jaspes de Cehegín, se empieza el revestimiento y labra de mármoles por Juan de Lobera, que también hizo las puertas con columnas de entrada al templo. Se pusieron las pizarras en las cubiertas y Simón de Vega se encargó del encamonado de la cúpula con ventanas y linterna, que al año siguiente estaba terminada, al mismo tiempo que se hacía cargo del proyecto Juan de Lobera a la muerte de su maestro Villarreal en 1662. Pero todavía quedarían siete años hasta que las reliquias del santo pudieran llevarse a la Capilla, ya que faltaba embellecer todo el interior. La Capilla adquiere una fastuosidad grandiosa, realzado por la calidad de las obras que albergaba. Pilares y columnas doradas que hizo Juan de Villegas, tarjetones de bronce elaborados por el platero Erasmo den Norbec, labores de yeso y escayola de Carlos Blondel y Francisco de la Viña, pinturas de Francisco Ricci, Juan Carreño, Francisco Caro y Alonso del Arco y esculturas de Juan Ron y Raimundo Capuz. En el centro destacaba, fuertemente iluminado con luz cenital, el riquísimo baldaquín realizado por Juan de Lobera, con un arco en cada frente y columnas con una cúpula calada que dejaba entrar la luz directamente sobre la urna del patrón, produciendo un increíble efecto. Era el 15 de mayo de 1669 cuando todo estaba terminado y las reliquias fueron depositadas en la nueva Capilla. Pero cien años después, como ya conté en el artículo de "Colegiata de San Isidro", el arca con las reliquias fueron trasladadas al mejor templo de Madrid, la Colegiata, y que pasó a llamarse desde entonces Colegiata de San Isidro.
En 1936, año en que comenzó la guerra, la Capilla fue quemada y solo quedó en pié la estructura exterior, destruyendo todo el interior con todo lo que contenía, sin salvarse nada.

Toda la ornamentación de los pilares y columnas doradas que realizó Juan de Villegas, los tarjetones de bronce del platero Erasmo Den Norbec, pinturas de Francisco de Rizi, de Juan Carreño de Miranda, Francisco Caro y Alonso del Arco. Esculturas realizadas por Juan Ron y Raimundo Capuz y el maravilloso baldaquino de Juan de Lobera. Todo se perdió en el voraz incendio del 36.

Durante muchos años se ha estado trabajando en la restauración de la Capilla, yo solo pude verla a través de unos pequeños agujeros que existían en la pared que separaba la Capilla de la parroquia de San Andrés y era una verdadera ruina que había sobrevivido gracias a los muros que la albergaba (aquí daremos gracias a la muralla). Pero partir de 1986 se empezó una reconstrucción exacta, intentando que fuera lo más fiel posible a la original, después de un riguroso proceso de investigación. En la parte baja se trabajaron piedras y mármoles originales de nuevo, la parte alta en madera con panes de oro y yeso estucado imitando a los mármoles y la cúpula con pintura al agua.









En la actualidad la Parroquia de San Andrés se encuentra muy felizmente restaurada, aunque no ha podido recuperar el esplendor de otros tiempos. La pared que separaba la Capilla con la parroquia se tiró y hoy forma parte de ella. El exterior está recientemente restaurado y ya sabéis lo que pasa cuando todo está nuevo... pues que parece de juguete al faltarle la solera de la suciedad en la piedra. Las estatuas de la cúpula yo las recuerdo blancas, pero hoy están pintadas del mismo color que el ladrillo, y está tan nueva tan nueva, que parece que es de cartón. Pero de lejos, es maravilloso contemplarla. Tiene una figura única, que la diferencia de todas las de Madrid y nadie que pase por allí, podrá evitar hacer una parada para contemplarla.




Con toda probabilidad San Andrés se erigió sobre una antigua mezquita y su historia se halla muy vinculada a Madrid, pues fue capilla real y campeaban los escudos regios en las claves de las bóvedas del presbiterio. Su acceso se realiza por un recoleto jardín, que antaño fue cementerio parroquial, donde nos encontramos con un gran cuerpo cuadrado de ladrillo, en el que se abren ventanas con pilastras compuestas de piedra, que se eleva sobre un gran basamento del mismo material. Su parte superior ostenta un entablamento muy destacado con mútilos o ménsulas paradas, elemento común en el barroco madrileño, y una gran cornisa muy volada, coronada con un antepecho con decoración de roleos y en sus ángulos pirámides con bolas. El segundo cuerpo está formado por la cúpula de ladrillo y pizarra, compuesta por un gran tambor octogonal con ventanas y hornacinas entre ellas, en donde se cobijan efigies de los doce Apóstoles, los Evangelistas y los Padres de la Iglesia Latina, realizados por Juan Cantón de Salazar y remata este cuerpo el casquete encamonado de pizarra, que culmina por una linterna con cupulín, chapitel, bola y cruz.






A ambos lados se sitúan las puertas, cuatro en total, trazadas por Juan Lobera. Las más pequeñas que dan paso a la antecapilla son sencillas, adinteladas, rematadas por sirenas que sujetan cestos con frutas. Más interesantes son las que dan paso a la capilla de San Isidro formadas por un vano pentagonal, flanqueado por columnas pareadas de orden compuesto, que sustentan una movida cornisa muy volada, con pináculos quebrados y hornacinas para alojar efigies. Están realizadas en granito y piedras de diferentes colores. En la correspondiente a la Costanilla de San Andrés podemos ver el relieve del Milagro de la Fuente, mientras que en la parte superior hay una escultura de la Virgen con el Niño, inspirada en modelos de Alonso Cano. Mientras que la correspondiente al antiguo cementerio hay un relieve con el Milagro del Pozo, arriba hay una escultura de San Andrés, obra de Manuel Pereira del siglo XVII, que antes ocupaba la fachada de la parroquia de este santo, en esta misma zona, después del derribo de esta parte del templo, la escultura, decapitada y arruinada, estuvo rodando por el jardín, hasta que se colocó en la hornacina, y recientemente ha recuperado, fruto de la restauración, su aspecto original. Anteriormente aquí hubo una escultura de San Isidro, también de Manuel Pereira.







Interior de la iglesia







El interior es de planta de cruz latina, con un tímido crucero. La zona de la nave se sujeta por medio de pilastras cajeadas de orden toscano, que soportan una cornisa acodada. Se cubre por medio de un techo plano, con casetones.

El presbiterio, la antigua capilla de San Isidro, es de planta ochavada, soportada por una serie de columnas acanaladas de orden compuesto y un entablamento con decoración de guirnaldas. Sobre este se sitúan lunetos de medio punto en los que se abren ventanas. Las pechinas se decoran con motivos vegetales y angelitos. Sobre ellas se dispone el gran tambor con vanos, que se remata en la cúpula y la linterna. Toda la decoración del conjunto está realizada en estucos y describe una rica policromía en la que predominan las tonalidades doradas, rosas y grises oscuras.








El altar mayor es un gran arco de medio punto en el que se inscribe otro más pequeño rebajado con dintel quebrado. En él se aloja un magnífico Cristo crucificado, talla del siglo XVII, relacionada con la producción de Pedro de Mena, que procede de la Capilla del Obispo. En la pared del fondo, donde antaño estuvieron las esculturas de los santos labradores de Manuel Pereira, se encuentra diferentes esculturas: Virgen del Carmen, de talleres madrileños contemporáneos, una interesante efigie de San Andrés de Jenaro Lázaro Gumiel realizada en 1966, Santa María Madre de la Iglesia, del mismo autor que la anterior, realizada en 1967 y un San José de talleres modernos, aunque basado en modelos barrocos.
En la parte superior, donde antes estaban los cuadros de Carreño y Rizi, están cuadros modernos, que representan al Apostolado, centrados por la figura del Salvador.





Santísimo Cristo de la Paciencia, también llamado el Santo Ecce Homo de San Andrés, obra de José Luis Mayo, artista contemporáneo, y que nos recuerda una imagen de gran veneración que había en este templo y que se perdió en la Guerra Civil. Actualmente hay idea de que esta imagen se convierta en procesional, formando parte de las celebraciones de la Semana Santa madrileña.






Imagen de vestir de Nuestra Señora de los Dolores, realizada por Jenaro Lázaro Gumiel en 1963.








sábado, 16 de octubre de 2010

Plaza del Dos de Mayo III: Monumento a Daoíz y Velarde



El Monumento a Daoíz y Velarde, se encuentra junto al Arco de Monteleón en mitad de la plaza del Dos de Mayo. Fue construido por José Solá en 1822 en Roma, en mármol blanco de Carrara, y el pedestal de Francisco Jareño, con las figuras de los héroes en actitud de prestarse mutuo juramento de morir por la patria. Ambos llevan una espada en la mano y un cañón se aloja detrás de ellos.
Mientras tiraba algunas fotos al monumento, a mi lado había dos chicos que hablaban entre ellos y uno le decía al otro: "Esta estatua es muy gay, con esos ricitos en el pelo, esas túnicas, marcando los muslos, mirándose y agarraditos de la mano"







En 1831 llegó el monumento a España y fue expuesto en el Museo del Prado, donde estuvo casi 15 años.






Estamos ante el monumento más viajero de todos los de la capital. Se ha movido tanto de sitio, que solo le falta estar en la Puerta del Sol. Fue Fernando VII el que promovió el proyecto y fue pagado por el Cuerpo de Artillería.
El monumento pasó del Museo del Prado, al Parterre del Parque del Retiro, luego fue trasladado al Museo de Escultura y en 1869 se colocó en la Era del Mico, lo que es hoy la calle Carranza, al final de la calle de Ruíz. Si nos fijamos en la fotografía siguiente, veréis al fondo la estatua en lo que hoy es la calle Carranza.





Después en 1879 volvieron al Museo del Prado, pero a un sitio privilegiado... la fachada principal, el lugar que ocupa hoy el monumento a Velázquez.





De nuevo vuelve a moverse en 1901 para ir hasta Moncloa, donde permanece 30 años




y en 1932, es colocado en la Plaza del Dos de Mayo a unos metros del Arco de Monteleón en un foso redondo con verja.





Acabada la guerra, el monumento es trasladado más cerca del Arco en donde permanece hasta nuestros días. El pedestal ya no es el original y no sé en qué momento se perdió o por lo menos esa es la conclusión que yo saco viendo las fotos antiguas y recordando mi niñez cuando era blanco y ahora podemos verlo de otra forma y de granito gris. La verja que rodea el monumento es también otra moderna.





Actualmente no contiene ninguna de las dos espadas que sujetan Luis Daoíz y Pedro Velarde, ya que después de restaurarlas varias veces, siempre acaban por desaparecer y en su lugar a menudo podemos contemplar algunos cascos de botellas de cerveza, así son de graciosos los visitantes a nuestro barrio.


Enlaces relacionados:

Plaza del Dos de Mayo I: el antes

Plaza del Dos de Mayo II: el después

Recreación de la defensa del Parque de Monteleón

miércoles, 13 de octubre de 2010

Plaza del Dos de Mayo II: el después



La Plaza del Dos de Mayo es uno de los sitios que representa la negra historia de España. Aquí tuvieron lugar los trágicos sucesos de la guerra de la Independencia, aquí luchó el pueblo de Madrid contra los invasores franceses.
Al vivir en este barrio desde muy pequeño, me da cierto atrevimiento a escribir sobre este barrio tal y como lo he vivido yo. Tenía dos opciones, una escribir sobre su historia bélica y la otra, sobre como he vivido yo la transformación del barrio en los últimos 40 años. Como de los acontecimientos de 1808 hay cientos de sitios muy completos en donde se puede leer toda la información, he optado por hablar de este barrio bajo mi punto de vista, dejando al margen los sucesos bélicos, aunque no podré evitar remontarme a ellos en varias ocasiones.














Como he comentado, yo he vivido aquí toda mi vida, y conozco bien su evolución. Aún recuerdo cuando era pequeño y todos los días iba al colegio que está ubicado en la misma plaza. En aquél entonces se llamaba Colegio General Sanjurjo, aquél militar que secundó el golpe de Estado de Primo de Rivera y que más tarde sería reconocido por Franco como un ejemplo a seguir por su sublevación contra la izquierda. Allí asistía todos los días a clase, incluso cuando hacía novillos, me quedaba en la mismísima plaza jugando, era algo adictivo estar en el Dos de Mayo.






El barrio se vestía de gala cuando llegaba Mayo y celebraba las fiestas en la plaza. Recuerdo que engalanaban la plaza de una forma peculiar. En la verja que rodea el monumento a Daoíz y Velarde, ponían fusiles con bayonetas caladas, cruzadas con lanzas y banderas de España. En las bajadas al centro de la plaza, donde había unas escaleras con el borde en forma de tobogán de granito, decoraban con obuses y granadas. Había coronas por todas partes y sendos cañones tipo 88 mm., varias veces los militares me llamaron la atención por sentarme encima de ellos. Esas piezas de artillería tenían dos grandes ruedas y un larguísimo cañón. Había militares por toda la plaza mientras duraban las fiestas, eran quienes velaban por todo el armamento militar que se desplegaba para su decoración.






Por la mañana habían montado un altar donde se oficiaba una misa. Después venía uno de los platos fuertes, como niño que era, disfrutaba del desfile militar que se hacía alrededor de la plaza. Durante el resto del día, había concursos, juegos y toda clase de diversiones para los vecinos y al caer la noche, la gente comía en los puestos y tenderetes que se montaban alrededor de una verbena con su baile. Cuando pasaban los días de las fiestas, se recogía todo y la plaza volvía a tener el aspecto de siempre, con varias coronas que se iban marchitándo con el pasar de los días. Mientras la vida continuaba en la plaza, allí jugábamos al peón, a las canicas, al rescate, al clavo, y lo mejor de todo, junto a la verja del monumento. Allí se agarraba el que encabezaba el churro mediamanga mangaentera, donde una fila de hasta diez personas con la cabeza entre las piernas del otro, formaba una larga fila humana que uno tenía que saltar, destrozando los riñones del que tenía la mala suerte de estar debajo en el momento de caer, pero no pasaba nada, nunca vi a nadie que tuviera que ir al hospital por producirse un accidente. Al contrario, cada día seguíamos con juegos más bestias, incluso había peleas contra los de Barceló o los de Comendadoras. Que tiempos aquellos de la niñez...






Durante todo ese tiempo, era el barrio del Dos de Mayo, y todos éramos del Dos de Mayo, ya que aunque todos sabíamos que algunos mayores decían el barrio de Maravillas, a nosotros nos sonaba a la iglesia y nos gustaba más el otro nombre. Pero el tiempo avanzaba y con él llegaron los cambios. Teníamos un nuevo alcalde que era profesor, los jóvenes nos echábamos a la calle sin miedo a la represión, los bares y pubs proliferaron, las terrazas inundaron las calles y parques, un nuevo estilo de música nacía, y la hora de llegar a casa, se convirtió en la hora en que se salía. Había nacido la movida madrileña.





El Dos de Mayo fue escenario de primer orden en esta movida, momento en que empezaron a existir bares y pubs en el barrio que eran conocidos en Madrid entero, sitios de cita obligada para cualquier joven que se preciase. Y llegaron las fiestas de nuevo al barrio, pero con una pequeña diferencia...
Ya nadie hablaba del Dos de Mayo, ya no venía el ejército, ni decoraban con cañones la plaza, ni había misa por la mañana, ni desfiles con hombres uniformados. Todo eso había cambiado y ahora una gran tarima de madera, acogía los mejores grupos musicales que habían nacido en esos años, mientras que los jóvenes bebían y bailaban hasta altas horas de la noche. Ahora se había puesto de moda un nuevo nombre al barrio, con el que se conocerá para siempre, Malasaña. Atrás quedaron los nombres de Maravillas o del barrio de Universidad. Algo que nunca he comprendido es como llegó este nombre a ocupar el liderazgo nominal de este barrio. Malasaña es el apellido de una de las calles que lo forman, Manuela Malasaña, una bordadora que fue ejecutada en la guerra de la Independencia por portar unas pequeñas tijeras que usaba en su profesión, aunque otros inventaron que Manuelita llevó munición a su padre que estaba disparando un cañón en la contienda y que los dos murieron heroicamente mientras disparaba la última munición que su hija le había dado. Pero esto se cae por su propio peso cuando nos enteramos que Manuela era huérfana y no tenía padre. Pues bien, esta calle que casi cierra el perímetro del barrio por la zona norte y siendo la calle que menos involucrada estuvo en la movida, ya que casi todos los sitios de moda y movida estaban pegados en las calles que rodean la plaza, fue sin embargo, la que apodó para siempre nuestro barrio de la noche a la mañana, tal vez por una asociación que naciera en ese momento o algún periodista que daba las noticias de los sucesos desde una esquina de esa calle.
El baile no solía acabar muy tarde, pero no porque la orquesta se fuera pronto, no... es que a eso de las doce de la noche, siempre acabábamos corriendo por las calles y los antidisturbios detrás de nosotros. Todavía conservo un bote de humo y varias pelotas de goma. Qué tiempos... como corríamos todas las noches, mientras los antidisturbios llegaban a ocupar todo el perímetro de Malasaña. Así un año tras otro, el baile transcurría hasta una cierta hora en que sin saber porqué, ya estábamos corriendo. Recuerdo aquella noche en que una pareja se desnudó encima de la estatua, esa estatua donde yo me habré subido cientos de veces. Fue una noche antológica, ya que una instantánea del momento se convirtió en una de las fotografías más publicadas en la época, de nuestra ciudad. Esa noche me atizaron bien, fue la única vez que un policía lograra darme con la porra en la espalda en todos esos años. La culpa... pues el torpe de mi amigo **** (no digo el nombre para que no se enfade conmigo, jajajaja) que se cayó y tuve que detenerme a ayudarle a levantar, luego mi amigo salió corriendo y cuando quise empezar a correr, ya llevaba conmigo un golpe en la espalda que me estuvo doliendo tres semanas. Al año siguiente yo sería uno de los que apedreábamos la comisaría que se encontraba en la calle de Daoíz a escasos metros de la plaza. En el fondo nadie sabía porqué se tiraban las piedras, pero yo desde luego, sí que tenía mis motivos.




El tiempo siguió su curso y volvió a cambiar el rumbo. Ahora le tocaba el turno al peor momento que ha vivido el barrio desde la contienda de 1808. La droga se apoderó de las calle y durante algunos años, Malasaña era sinónimo de camellos, drogadictos y gente de mal vivir. Cierto es que la plaza mostró su peor cara durante estos años, años en los que muchos de los que se habían criado conmigo, de los que habían ido a mi clase, con los que había jugado de pequeño... acabaron tirados en algún portal con una jeringuilla clavada en las venas. Fueron tiempos difíciles y muchos conocidos desaparecieron para siempre. Yo tuve suerte y supe salir a tiempo del barrio junto a otras pandas que se movían por otros sitios. Durante algunos años, las fiestas volvieron a alejarse del barrio y no se celebraron en algún tiempo. Malasaña, había perdido toda la fama bohemia de antaño que tan de moda la puso.






Y el tiempo siguió pasando... como la fecha del DNI que pasa sin dar tregua. Ahora llegó otro momento que recordar de este barrio. Los jóvenes volvieron a echarse a la calle por las noches y volvieron a ocupar la plaza del barrio, pero esta vez con una diferencia... ahora traían las botellas de alcohol y coca colas en bolsas de plástico, salía más barato que los precios de las copas de los pubs y discotecas que se habían subido a la parra. Hiciera frío o hiciera calor, lloviera, nevara o luciera el sol, las reuniones de jóvenes bebiendo en la plaza, cada día era mayor. Había nacido el Botellón.



Como es lógico, esto para algunos no era de buen agrado, ya que muchos vecinos que tenían que madrugar para ir a trabajar, tenían que aguantar toda la noche, un estruendo de voces y ruido que no dejaba dormir ni al más pintao. Llegaron los malos olores de los orines en las esquinas y paredes, los amantes que con dos copas de más, ofrecían al paseante su entrega al amor en los capós de los coches, y claro... los vecinos empezaron a hartarse de esta situación. Así que un tiempo después, todos los fines de semana, nos podíamos encontrar de nuevo en el barrio con furgones y tanquetas de antidisturbios en las esquinas y rodeando toda la plaza. De nuevo llegaron los tiempos de correr delante de ellos y de hacer barricadas con coches atravesados y contenedores en llamas. Pero para esta época, yo ya estaba mayor y no participé de estas salvajadas.





Ahora... el barrio está como en una especie de tránsito. Los comercios de toda la vida han echado el cierre y muchos de sus bares legendarios han desaparecido. No hay un hecho contundente actual que os pueda contar que sobresalga de lo corriente. Ahora es todo normal, como en cualquier barrio de Madrid. Cada día es más difícil aparcar, cada día cierran más locales por no poder asumir la subida de impuestos, y cada día veo más caras nuevas por sus calles. Las caras conocidas de los vecinos de toda la vida, se han ido renovando por caras de sudamericanos, chinos y gays. El barrio está tomando otro rumbo, otros estilos de vida, otras costumbres. Perdura el adoquín en sus calles, y sigue en pié la iglesia de las Maravillas y el Monumento a Daoíz y Velarde, con el lavado de imagen que se dio hace pocos años a todos los edificios, y entre todos los que formamos este rincón histórico de Madrid, tenemos un barrio majete que merece la pena conservar, sea con el nombre de Universidad, de Maravillas, de Dos de Mayo o de Malasaña. Todos llevan al mismo lado.






Artículos relacionados con esta entrada:


La primera parte de este artículo: Plaza del Dos de Mayo I: El antes

Recreación de la defensa del Parque de Monteleón

Iglesia de las Maravillas: Iglesia de las Maravillas: (Santos Justo y Pastor)


La plaza sirve de marco al monumento de Daoíz y Velarde, del que seguimos hablando en este otro artículo:

Plaza del Dos de Mayo III: Monumento a Daoíz y Velarde

martes, 12 de octubre de 2010

Plaza del Dos de Mayo I: El antes



La Plaza del Dos de Mayo se encuentra en el solar donde estuvo el Palacio de Monteleón, convertido en Parque de Artillería en 1807 por decisión de Godoy y donde ocurrieron los trágicos sucesos del 2 de mayo de 1808 en la guerra de la Independencia. Pero veamos como nació esta Plaza.

Toda la zona que abarca la plaza y calles adyacentes, lo ocupaba el antiguo Palacio de Monteleón. Este palacio fue construido en 1690 por los marqueses del Valle, duques de Monteleón y Terranova, nietos de Hernán Cortés. El palacio ocupaba el solar que va desde el portillo de Fuencarral hasta la calle de San Andrés. Tenía su principal entrada por la calle de San Miguel y San José, que és la que hoy se divide en Velarde y Daoíz, que en aquél entonces formaba una sola calle que iba desde Fuencarral hasta San Bernardo. El palacio era de estilo churrigueresco, tenía una huerta y un jardín, en el que había una preciosa fuente de mármol. Según Répide, la escalera principal era tan magnífica que se podía asemejar con la de El Escorial. En él vivió la duquesa de Terranova, camarera mayor de la reina María Luisa de Orleans, primera mujer de Carlos II. Una vez convertido en el Palacio de Monteleón, vivió la reina doña Isabel de Farnesio a la muerte de su esposo Felipe V, el infante cardenal Luis Antonio Jaime y la infanta doña María Antonia Fernanda, que se trasladaron aquí desde el Palacio del Buen Retiro en 1746, viviendo más tarde en el Palacio de Osuna.
Avanzando en el tiempo, vemos en 1807 convertido el palacio en Parque de Artillería por Godoy, lugar donde ocurrieron todos los trágicos acontecimientos del 2 de mayo de 1808.

Podemos ver en esta foto, el desaparecido convento de las Maravillas separado por una calle del Arco del Cuartel de Monteleón. El Arco sigue estando en la actualidad en el sitio exacto que en la foto, cuando era la entrada principal al Cuartel.







Del palacio de Monteleón tan solo queda su entrada principal. Un arco que se encuentra en medio de la plaza como monumento a lo acontecido en aquellos días. Junto al arco, el monumento a Daoíz y Velarde, del que tendremos un próximo artículo.
En el solar del palacio, se abrieron las calles de Ruíz, Monteleón, San Andrés, Manuela Malasaña, Galería de Robles y se alargó Divino Pastor. Muy cerca de todas estas calles se encontraban varias puertas de Madrid. La de Fuencarral, donde muere Divino Pastor, la de Maravillas, donde muere San Andrés y la de los Pozos de las Nieves, en lo que hoy es la Glorieta de Bilbao. Muy cerca se encontraba también la de Santa Bárbara, lo que hoy es Alonso Martínez.

Veamos ahora en la maqueta de Gil de Palacios, como estaba la zona antes de la expansión hacia el norte. En la primera foto podemos ver el Arco del Palacio de Monteleón dando a la calle San Miguel y San José, con el huerto y el jardín y toda la extensión que ocupaba. Hasta un pequeño camposanto podemos observar. Casi pared con pared de la entrada, vemos el convento adosado a la iglesia de las Maravillas, y en lo que luego será la calle de San Bernardo el portillo de Fuencarral, donde acababa la Villa. En la segunda foto he dibujado el trazado de las futuras calles y podemos ver donde se levantarían las calles actuales, una vez que se derribara el Palacio y el convento. La plaza se construiría en el solar que dejaría el convento, las casas de la izquierda de la iglesia y parte del Palacio.








La puerta del palacio se encuentra en el sitio exacto donde se encontraba en aquella época, siendo la entrada principal del palacio, como ya hemos comentado, daba pared con pared, con el convento de las Maravillas, que una vez derribado, junto con el solar del palacio de Monteleón, dieron paso a la construcción de la plaza, que cortó en dos la calle de San Miguel y San José, formando las dos actuales de Velarde y Daoíz.

Aquí podemos ver la zona actual y os he puesto en colores las zonas que se derribaron para construir todo lo que existe ahora. En color amarillo he remarcado la zona que ocupaba el Palacio y sus terrenos, en malva el convento de las Maravillas y en blanco las casas y en azul oscuro he puesto donde estaba la puerta de Fuencarral. Como curiosidad podéis ver que parte del jardín del Palacio, sigue existiendo todavía en el huerto de las monjas de las Salesas Nuevas.




Y después de contaros un poco la historia de su nacimiento, veamos la evolución de la Plaza del Dos de Mayo en estos últimos años...

Continua en:

Plaza del Dos de Mayo II: el después

Plaza del Dos de Mayo III: Monumento a Daoíz y Velarde

Recreación de la defensa del Parque de Monteleón