jueves, 26 de agosto de 2010

Iglesia de las Calatravas



El convento de la Concepción Real de la Orden de las Comendadoras de Calatrava se fundó por mandato de Felipe IV, como tantos conventos en la ciudad y pronto se convirtió en uno de los centros religiosos más importantes de Madrid. En el solar donde se levantó este convento, estuvo la casa palacio de una noble familia, cuya hija, fue amante de Felipe IV, Ya sabemos que el rey se tiró a medio Madrid de la época. En su lugar el rey, mandó levantar el edificio.
El arquitecto del edificio fue fray Lorenzo de San Nicolás y se construyó entre 1670 y 1678. Finalizaron las obras Isidro Martínez y Gregorio Garrote.
En la desamortización de Mendizábal, el convento fue derruido, y gracias a la intervención de la esposa de Prim (otros lo achacan a Manuel Silvela), la iglesia se salvó de la piqueta, llegando hasta nosotros uno de los mejores edificios barrocos madrileños. En este templo se ordenaba a los caballeros de la Orden militar.

Vista de las Calatravas cuando su cúpula dominaba las alturas de la calle de Alcalá



El exterior fue reformado en estilo renacentista por Juan de Madrazo en 1858, por encargo del rey consorte Francisco de Asís, marido de la reina Isabel II. La fachada con un color rojizo o rosáceo de terracota, en donde se encuentra un rosetón con la cruz de Calatrava y una hornacina con la imagen de la Inmaculada de estuco, obra de Sabino Medina.

Portada exterior con la escultura en estuco de la Inmaculada, obra de Sabino Medina



Fachada neoplateresca en la calle de Alcalá. En la hornacina, la escultura en estuco que representa a la Inmaculada Concepción, obra de Sabino Medina



Frontón y el rosetón con la cruz de Calatrava



La cúpula vista desde el exterior, es octogonal, y aunque durante siglos dominó el horizonte de la calle de Alcalá, en el siglo XX quedó como aplastada y escondida por los modernos edificios que se han construido a su alrededor.












Vista de la calle Alcalá en el siglo pasado, las Calatravas dominaban el espacio visual



Vista de la calle Alcalá, con la cúpula de las Calatravas al fondo, desde Cibeles













Interior del templo








En el interior nos encontramos con un amplio espacio, donde la luz lo envuelve todo. Con planta de cruz latina, una cúpula sobre pechinas pintadas con frescos, un tambor con ventanas, de las cuales ocho están con cristal y cuatro cegadas. La forma es de media naranja con nervaduras interiores. Una gran cornisa con ménsulas pareadas, recorren todo el entablado que sujetan las pilastras corintias.
















Retablo de Churriguera

En el altar mayor, nos encontramos con una verdadera joya, una obra de arte grandiosa, que sobresale de todos los retablos de Madrid. Se trata de la única obra en la capital de José Benito de Churriguera. Un retablo en madera dorada y policromada, todo un ejemplo de la cumbre del barroco español.
Raimundo de Fítero, fundador de la Orden de Calatrava, es la imagen que se encuentra enmarcado por cuatro columnas retorcidas al más puro estilo churrigueresco. En la parte superior, una escultura de la Inmaculada Concepción, con ángeles y la paloma del Espíritu Santo, mientras que el resto del retablo, en forma de arco triunfal, se completa con una completa recargada decoración, donde no cabe un angelito más. Las esculturas son de Pablo González Velázquez. En la parte inferior, un precioso tabernáculo barroco.

Retablo de José Benito Churriguera. Las esculturas de Raimundo de Fítero y de la Inmaculada, obras de Pablo González Velázquez



















Cornisa de la cúpula y pechinas en el crucero



Vista del retablo, ménsulas en el crucero y del púlpito




Interior de la cúpula y las ventanas enrejadas



Los frescos de las pechinas, representan a San Benito y San Bernardo, la aprobación de la regla por el papa Alejandro III y San Diego Velázquez, obras pintadas por el discípulo de Carreño, Francisco Ruíz de la Iglesia.

Frescos de las pechinas pintadas por Francisco Ruíz de la Iglesia



En una capilla de la iglesia, se encuentra la escultura del siglo XVIII, Santa Rita de Casia, procedente del convento agustino de San Felipe el Real, que se encuentra resguardada tras un cristal. En otra capilla, una escultura de San Antonio de Padua, obra de Juan Pascual de Mena, según una reciente investigación publicada en Anales del Instituto de Estudios Madrileños. Hasta entonces se le atribuía a Luis Salvador Carmona.

Imagen de Santa Rita de Casia, obra del siglo XVIII, procedente del convento agustino de San Felipe el Real
a los lados, pinturas de San Benito y San Bernardo, también del XVIII



San Antonio de Padua, obra de Juan Pascual de Mena



En el lado de la Epístola en el crucero, una portada formada por vano y moldura quebrada, está rematada por un escudo real de estuco sobre el dintel de la puerta, que está sobremontado a la cruz de Calatrava que sujetan dos ángeles, dos leones a los pies y todo ello está rodeado por adornos de flores y el collar del Toisón de Oro, una alegoría a la monarquía como protectora del convento y administradora de la Orden. La obra podría ser de Bernini o Pietro Martino de Vaese.

Portada en el crucero con el escudo real de Carlos II










Hay tantas imágenes dentro de este templo, que un dicho popular de la época, decía que dentro "están todos los santos".





talla de San José, de la Escuela de Carmona, de finales del XVIII



Cristo de la Esperanza, talla del siglo XIX



pequeña urna con un Cristo yacente del siglo XIX



Retablo de la escuela de Churriguera, por el escultor Juan de Villanueva Vardales en 1726
En su centro, una escultura de la Inmaculada Concepción



San Francisco de Paula, obra del siglo XVIII



Virgen de Montserrat, una talla moderna en un retablo barroco, rehecho en el XIX







Vista actual de la cúpula junto a los modernos edificios de construcción moderna




Fuente de las fotos antiguas: URBANITY

miércoles, 25 de agosto de 2010

Iglesia del convento de San Plácido: Las monjas poseídas por el diablo



La iglesia ha llegado a nosotros en un perfecto estado de conservación de todas las de su tiempo, podríamos decir que la mejor de Madrid. El estilo es una transición de la última etapa del renacimiento (más bien herreriano), al barroco del siglo XVII.
El monasterio de benedictinas de San Plácido fue fundado en 1623 por la gran dama doña Teresa Valle de la Cerda y Alvarado, que había renunciado a su matrimonio con el poderoso caballero don Jerónimo de Villanueva para ingresar en el convento, siendo nombrada priora y siendo nombrado patrono de la fundación el despechado que no llegó a ser su esposo, que era ministro de Felipe IV. Quedaos con los nombres de estos dos nobles, porque vamos a hablar mucho de ellos.
El templo tuvo como arquitecto al madrileño fray Lorenzo de San Nicolás entre 1655 y 1658. Fue fundado como Monasterio de la Encarnación Benita, de religiosas del orden de San Benito, aunque se le conoció siempre como San Plácido por estar anejo al de San Martín, en donde se veneraba a dicho santo.

El edificio al principio, era una de las casas de Jerónimo de Villanueva, que dejó para su fundación en la calle de San Roque y como su querida amante había ingresado en el convento, mandó construir un caserón pegado al monasterio para así poder vivir cerca de su amada e incluso se excavó un pasadizo que unía la casa con el convento por el cual llegaría a atravesar el mismísimo rey Felipe IV, pero de eso hablaremos dentro de un rato, así que vayamos por partes y nos situaremos cuatro años después de la fundación del convento.

Juan Francisco García Calderón, un fraile benedictino, fue nombrado confesor de las monjas en San Plácido y al poco tiempo una de las monjas pareció que se volvió loca. La monja chillaba y actuaba como poseída, soltando palabras indecorosas (vamos... que soltaría un sin fin de tacos y palabras mal sonantes) y actuando como si dentro de su cuerpo estuviese el mismísimo diablo. El confesor sentenció que estaba posesa por el maligno y le sometió a un exorcismo para sacar los demonios de su cuerpo. A los pocos días otra monja entró en el mismo estado y otra vez fray Francisco tuvo que exorcisar a la nueva poseída. Así pasó una y otra vez con 26 de las 30 monjas que habitaban el convento, incluso la priora fue de las primeras en caer, nuestra fundadora doña Teresa Valle. y pronto no se hablaba de otra cosa en Madrid.
Muchos vecinos comentaban haber visto a las monjas retorcerse por el suelo a la vez que soltaban blasfemias, gritos desgarradores, los ojos fuera de sí y en poco tiempo, era sabido por toda la Corte.
Solo se salvaron cuatro de las monjas, casualmente por ser las de más avanzada edad o ser las menos favorecidas de atractivo físico, vamos... en una palabra, que se salvaron las viejas y las feas del ataque de Lucifer. Resulta que les había convencido a todas de que la mejor forma de sacar al diablo de sus cuerpos era teniendo relaciones carnales con él y claro... en vista de los polvazos que echaría, todas se sintieron poseídas con tal de probar el exorcismo y el confesor acabó por traginarse a todas las monjas, una tras otra, con ayuda de otro confesor, Alonso de León, que también le ayudaba en sus faenas y que fue parte acusatoria en el proceso que se le avecinaba a García Calderón. Pero mientras todo esto pasaba entre el confesor y las monjas, por el pasadizo secreto se infiltraban a menudo tres nobles también al convento: El Duque de Olivares, el patrón y despechado Jerónimo de Villanueva y el mismísimo Felipe IV. Desde luego que el convento de San Plácido se había convertido en escenario de las mejores orgías que se podían organizar en el Madrid de aquella época y de todos era sabido que el rey Felipe IV se había pasado por la piedra a medio Madrid y las grandes noches de sexo en el convento no iba a ser una excepción para el monarca.
En vista de lo ocurrido en San Plácido, tomó cartas en el asunto el Santo Oficio, deteniendo al confesor y a las monjas involucradas, incluida la priora, llevándoles a todos a la cárcel secreta de la Santa Inquisición en Toledo. Allí estuvieron durante dos años en que se dictó el fallo del juicio y condenando a fray Francisco García Calderón, de pertenecer a la secta de los alumbrados y por eso su condena fue reclusión perpetua, sin poder ejercer ningún cargo, con pan y agua tres días a la semana y otras medidas disciplinarias, acabaría sus días en dicha prisión. A doña Teresa Valle de la Cerda, la condena fue de cuatro años recluida en el convento de Santo Domingo en Toledo, que una vez pasados los cuatro años y arrepentida de sus pecados, y gracias a sus poderosas influencias, se le permitió volver a San Plácido para seguir ejerciendo su cargo. Las demás monjas fueron esparcidas por distintos conventos para que no volviesen a caer en las garras del maligno. Muchas de ellas volvieron de nuevo a San Plácido. Al fin y al cabo, tuvieron suerte y se salvaron de la hoguera. Y es que debemos tener en cuenta, ya con la mirada vista en nuestra época, que las monjas de San Plácido, eran muy jóvenes, demasiado jóvenes cuando ingresaban en la orden, y por mucho que se hubieran prometido matrimonio con Dios, no dejaban de ser adolescentes en la época de su vida en que la sexualidad aflora de una forma natural en sus cuerpos jóvenes y para colmo, el confesor y consejero de las monjas, debió de ser, lo que hoy llamaríamos... un chulazo de escándalo. Visto esto, lo demás es fácil de imaginar, y es que cuando uno está caliente... es muy difícil apagar la necesidad sexual.
Pero esto no queda aquí y unos años después, el convento de San Plácido vuelve a estar en boca de toda la Corte...

En las reuniones que mantenía Jerónimo de Villanueva en su casa con el Duque de Olivares y el rey Felipe IV (a lo que hoy podíamos llamar una reunión de amiguetes que quedan para ligotear por ahí) llegaron las noticias de una nueva monja que había ingresado en el convento. Se trataba de Margarita de la Cruz, una joven preciosa, con cabellos rubios y una cara virginal asombrosa, lo que hizo que el rey quisiera conocerla enseguida. Disfrazado el rey, fue al encuentro de la nueva religiosa...
El rey una vez conoció a la monja, se prendó locamente de ella y todas las noches iba hasta el convento para mantener largas horas de charla con ella. Pero el rey ya no aguantaba más charlas y el siguiente paso (evidentemente), era acostarse con ella, con lo cual la siguiente cita sería a través del pasadizo que unía la cueva de la casa de Villanueva con una bóveda del convento donde se guardaba el carbón, para así, poder llegar a sus aposentos. La abadesa Teresa, aprovechando su antigua relación con el noble y frustrado esposo, intentó persuadirlos de su aventura, pero tanto el Duque de Olivares como Jerónimo de Villanueva, le dijeron que eran órdenes del rey y que debía acatarlas, con lo cual, la abadesa ideó un plan...
Cuando los tres amigos pasaron el pasadizo la noche de marras, el primero en llegar a las estancias del convento fue Villanueva, que se encontró con lo que había ideado doña Teresa para hacer desistir al rey y salvar a Margarita.
La hermosa novicia yacía tumbada en un armazón de madera cubierto de paños fúnebres negros, con un crucifijo en la cabecera y cuatro cirios encendidos en las cuatro esquinas. Entre los cirios, un ataúd blanco rodeado de flores en donde se encontraba Margarita muerta, con su pálida carita de ángel y tan bella como si estuviera viva. Villanueva retrocedió y corrió a dar la noticia al rey, que cayó desmayado y hubo que llevarle a escondidas en una carroza hasta el Palacio del Buen Retiro donde tuvieron que asistirle. Otra vez tuvo que intervenir el Santo Oficio, que siendo inquisidor mayor fray Antonio de Sotomayor, arzobispo de Damasco y confesor particular del rey, tuvo que hablar muy seriamente con Felipe, el cual le prometió que no volvería a ocurrir nunca más algo parecido.
Pero Felipe IV, cuando se enteró del engaño, mandó pintar un cristo crucificado a su pintor de Corte para donar al convento por su arrepentimiento, pero en contraposición al buen acto de la donación del cuadro, mandó también un reloj que fue instalado en la torre por orden del monarca. El cuadro del cristo crucificado es el famoso cristo de Velázquez y el reloj tocaba las campanadas a difuntos en honor de la "fallecida" monja, y así estuvo tocando todas las noches, cada hora durante años, hasta el día que murió de verdad Margarita, momento en que misteriosamente no volvió a sonar más. Jerónimo de Villanueva, Caballero de la Orden de Calatrava, Comendador de Villafranca y Santibáñez, Consejero del Consejo de Aragón, Consejero de Guerra y Cruzada, Consejero de Indias, Protonotario del Consejo de Aragón, Consejero y partidario del Duque de Olivares y amigo íntimo de rey, una vez destituido el Duque y de llegar a ser el enemigo más odiado en Cataluña por ser el culpable del fracaso en política del rey, fue detenido por los hechos acontecidos en el convento de San Plácido y condenado a reclusión en la cárcel, pero gracias a su hermano que era el Justicia Mayor de Aragón, fue sacado de la cárcel y una vez libre se fue a vivir a Zaragoza, no pisando Castilla nunca mas. Allí moriría en 1645 a los 58 años de edad. De doña Teresa Valle, perdemos el rastro en la clausura de San Plácido pasando el resto de su vida allí. Yo no sé donde murió y donde fue enterrada.

Una vez vistos los acontecimientos que ocurrieron, vamos a saber un poco más del tema que nos lleva. El convento de San Plácido y su iglesia.
El antiguo convento donde pasó todo lo que hemos relatado, desapareció y en 1903 después de que las últimas monjas se trasladaran a las Salesas Reales, se demolieron distintas dependencias que se encontraban en ruinas, perdiéndose para siempre una capilla con frescos de Ricci y la Sacristía donde se encontraban dos cuadros de Velázquez, el Cristo y una última cena que al día de hoy nadie sabe donde está. En la parte que da a la calle del pez, se construyó un cine que acabó en un incendio y en 1912 fue reconstruido el convento nuevamente, intentando que se pareciese lo más posible a la antigua casa de Villanueva donde se fundó el monasterio, por el arquitecto Rafaél Martínez Zapatero, siendo declarado en 1943 Monumento Nacional, y no me extraña, pues veamos que nos encontramos dentro de su iglesia, que sí ha llegado hasta nuestros días.

Convento de las Benedictinas de San Plácido




La fachada del convento que da a la calle de San Roque, es una fachada austera, lineal, sin ningún ornamento, solo rota por la puerta de entrada a la iglesia y las rejas forjadas de sus ventanas. Encima del dintel de la puerta, se encuentra un relieve que representa La Anunciación, obra de Manuel Pereira, el elegante escultor portugués que desempeñó casi toda su obra en Madrid. Existía otro relieve en otra puerta que daba a la calle del Pez y que fue demolida con el convento en 1908. También está en la fachada de la calle San Roque dentro de un nicho, una imagen de San Benito, cubierta en la actualidad por unas rejas, obra también de Pereira.

Puerta de acceso a la iglesia con el relieve de Pereira y los escudos




Rejas forjadas en las ventanas del convento



Fachada en la calle de San Roque (a la izquierda de la foto)




Relieve de la Anunciación encima de la puerta, obra de Manuel Pereira




San Benito dentro de un nicho en la fachada, resguardado con rejas, obra de Pereira










Una vez que entramos a la iglesia, podemos ver cuatro magníficos retablos. El del altar mayor que nos dejará sin aliento, dos a ambos lados de la nave y uno en la Capilla de la Inmaculada. Todos ellos pertenecen a los hermanos Pedro y José de la Torre, unos magníficos escultores y arquitectos de la época, siendo Pedro el primer arquitecto que usó en los retablos barrocos las columnas salomónicas. En el retablo de la izquierda, contiene en su centro un lienzo de San Benito y su hermana Santa Escolástica, pintado por Claudio Coello, donde predomina el negro de los hábitos que ocupan tres partes del cuadro, en contraposición del rico colorido de la parte superior que representa la Trinidad, todo un arte de Coello en jugar la luminosidad entre el oscuro y la luz. El resto del retablo se completa con otros cuantos lienzos con representaciones varias.

Retablo de Pedro de la Torre con el lienzo de Claudio Coello de San Benito y su hermana Santa Escolástica



El retablo de la derecha está dedicado a Santa Gertrudis, un lienzo con más color y belleza que el anterior, pero con menos expresividad del autor y el resto del retablo se completa con otros lienzos del mismo pintor.

Pero lleguemos al retablo del Altar Mayor, el que contiene la joya de la iglesia sin ninguna duda.

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Retablo barroco en el Altar Mayor de Pedro de la Torre con el Lienzo de 7 metros "El Misterio de la Encarnación", representando la Anunciación, obra maestra de Claudio Coello







Este retablo sirve de marco al gran lienzo de siete metros de Claudio Coello, "El Misterio de la Encarnación", con una técnica de color preciosa, representa la Anunciación. El retablo es monumental, con dos pares de columnas sujetas por una base ornamentada con motivos vegetales, caras de ángeles y filigranas. Entre las columnas las imágenes de San Benito y San Plácido, una a cada lado, también son obra de Pedro de la Torre. En la parte superior sigue la misma ornamentación de filigranas y cuatro angelitos, haciendo la forma de un arco de medio punto, para enmarcar el bellísimo cuadro de Coello que tiene esa forma y que encaja a la perfección en el marco barroco de Pedro de la Torre. Delante de todo ello, una gran Custodia, Camarín o ostensorio, con forma de cubo y coronada por una cúpula perfectamente ornamentada, da profundidad al Altar Mayor, haciendo del conjunto una obra irrepetible. Os aseguro que estar delante de este retablo es para sentarte y disfrutar del arte hasta extasiarte.



El Misterio de la Encarnación, de Claudio Coello, lienzo que preside el retablo del Altar Mayor








Otra vista del conjunto del retablo con el lienzo




La cúpula no tiene tambor, tiene forma de media naranja y sus frescos fueron pintados por Francisco Ricci, al igual que los pilares del crucero. La cúpula está dividida en ocho sectores decorados con las cruces de las Ordenes de Alcántara, San Juan, Calatrava, San Mauricio, Avis, San Esteban, Cristo y Montesa. Las pechinas están adornadas con grandes medallones con las figuras de cuatro Santas Benedictinas: Santa Juliana, Santa Francisca Romana, Santa Isabel Abadesa y Santa Hildegarda. También cuatro rectángulos que no se ven apenas en los pilares del crucero, que representan a San Ildefonso, San Anselmo, San Ruperto y San Bernardo, que son los mismos santos que representan las imágenes que se alojan en hornacinas de los pilares que esculpió Pereira.

Cúpula y pechinas pintadas por Francisco Ricci



A ambos lados del crucero se encuentran dos cuadros del siglo XVIII muy oscuros, Nuestra Señora de Atocha y la Virgen del Milagro, los dos obra de Meléndez, pero las fotos que hice salieron muy mal, muy oscuras y con el reflejo del flash, ya que no tenía luz suficiente para hacerlas de otra forma. Así que no os las puedo mostrar.

Otro de las grandes obras que atesora San Plácido, es el Cristo yacente de Gregorio Fernández, una verdadera joya del barroco que ha llegado hasta nosotros en perfecto estado de conservación. Una obra preciosa de la que puede enorgullecerse este convento.

Cristo Yacente, obra de Gregorio Fernández



Pero sin duda, la obra de mayor envergadura que estuvo en este convento, es el cuadro del Cristo de Velázquez, tal y como os conté antes. No hay documentación que demuestre si realmente fue regalado por Felipe IV o si fue Jerónimo de Villanueva el que lo mandó pintar, pero sea como fuese, el cuadro estuvo casi doscientos años en la Sacristía de la iglesia, hasta que por motivos que no están muy claros, acabó en poder de Manuel Godoy y más tarde fue a parar al Museo del Prado. Desde luego que debería de seguir en el convento para el que fue pintado, pero no seré yo el que ponga en un compromiso a los altos cargos de la pinacoteca para deshacerse de tan magnífica obra de arte. Ese cuadro oscuro y pintado a conciencia para las sombras de San Plácido, debería seguir en su lugar de origen.


Cristo de Velázquez, cuadro que estuvo en la Sacristía del convento durante casi 200 años





Mi visita a San Plácido ha sido en un día radiante de sol, con una luz extrema a las once de la mañana, sin embargo, una vez que crucé la puerta por debajo del relieve de Pereira que está encima del dintel, me introduje en una atmósfera impregnada de silencio, oscuridad y de paz. La iglesia a pesar de la luz que había en el exterior, permanecía en penumbra, más que en penumbra, en una perfecta oscuridad, y que solo pude empezar a ver, cuando se fueron encendiendo poco a poco las luces que alumbran el lienzo de Claudio Coello en una perfecta iluminación entre sombras, que hacen del cuadro, un espectáculo lleno de sensaciones que no olvidaré jamás.




martes, 24 de agosto de 2010

Edificio Metrópolis



El edificio nació por la construcción de la Gran Vía madrileña. En este lugar, la esquina que hoy forma las calles Gran Vía y Alcalá, se encontraba la que popularmente se llamaba "la casa del ataúd", por la forma estrecha que tenía y allí construiría su nueva edificación una empresa de seguros.

La Casa del Ataúd, donde se levantaría el edificio Metrópolis



El edificio era propiedad de la compañía de seguros La Unión y el Fénix Español y a consecuencia del nuevo trazado y construcción de la Gran Vía, se demolió y junto al solar de otras seis casas, se levantaría el futuro y precioso edificio. Se convocó un concurso internacional en el que estaba el plazo abierto para arquitectos españoles y franceses, siendo ganadores los franceses Julés y Raymond Février, aunque fue Luis Estéve un arquitecto español el que llevó a cabo la obra. El nuevo edificio en estilo francés, unos dicen que ecléctico, otros que segundo bajo imperio y yo siempre lo he visto como modernista, hace un chaflán semicircular y en su fachada adornan once grupos escultóricos, sobresaliendo al pié de la cúpula uno de Mariano Benlliure. Unas enormes columnas de la altura de dos pisos sujetan otro grupo escultórico de estatuas alegóricas que representan el Comercio, la Agricultura, la Industria y la Minería, todas ellas de los escultores Saint Marceaux y L. Lambert.

Grupo de esculturas alegóricas sustentadas por las columnas de la fachada



El edificio se encuentra coronado por una cúpula de pizarra con ornamentos dorados y en la cúspide una estatua que representa una Victoria alada. Originalmente se encontraba una estatua de bronce que representaba el ave fénix y un hombre sentado en una de las alas con el brazo en alto representando a Ganímedes, pero en la década de los setenta, el edificio pasa a manos de otra aseguradora "Metrópolis", que sigue siendo su actual propietaria y que puso encima de la cúpula una Victoria Alada de Federico Caullaut, una vez que la antigua propietaria optara por llevarse su símbolo a un edificio de la Castellana, en un acto que no estuvo exento de polémica. En ese edificio de la Castellana, donde tiene la Unión y el Fénix su sede, descansa hoy en el jardín la estatua original, siendo una réplica la que emerge encima del edificio actual. Pero volvamos a la esquina de Alcalá y Gran Vía y veamos las dos estatuas simbólicas...

Edificio Metrópolis con el antiguo símbolo en su cúpula, el ave Fénix y un humano sentado en una de las alas con un brazo extendido, representando a Ganímedes, foto de 1910



Símbolo actual que representa a una Victoria alada, por el escultor Federico Caullaut




El bello edificio de Metrópolis ha sufrido varias restauraciones de conservación, ya que el sitio donde se encuentra, tiene al edificio sometido a la contaminación ambiental y a las palomas. Desde que Metrópolis se hizo cargo del edificio, se han realizado cinco reformas y se ha añadido una iluminación nocturna que tiene fama de ser una de las mejores de toda la ciudad, en donde 205 focos, proyectan cada parte emblemática del edificio, haciendo de esta esquina, un auténtico espectáculo de la zona.

Victoria alada, obra de Federico Caullaut, con la iluminación nocturna



Vista del edificio con la iluminación nocturna



Es un edificio que a mí me recuerda muchísimo a la Casa Gayarre en la Plaza España, aunque la gran ornamentación de la cúpula junto al símbolo que la culmina, hace que sea mucho más majestuoso y grandioso que el otro, pero que si no fuera por las columnas de la fachada, yo creo que no tendría ninguna duda en decir que es modernista, aunque ya hemos comentado que el estilo es imperio francés, muy extendido en la época en que se construyó. Es casi imposible pasar por los alrededores del edificio sin ver a varias personas haciendo fotos, ya que es una de las fachadas más fotografiadas de Madrid. La base del edificio es más austera, en ella se encontraba el Café Dólar y en la actualidad el café ha sido reemplazado por un banco.
A mí, sinceramente me gustaba mucho más como quedaba la estatua simbólica de la Unión y el Fénix que la actual, pero creo que la aseguradora Metrópolis, sabiendo la importancia que tenía ya el símbolo de bronce que coronaba esa esquina, supo reemplazar perfectamente el vacío que dejaba, por otra estatua que hace su función a la perfección. De hecho, hay mucha gente que de no saberlo, ni lo hubiera notado, al fin y al cabo... las dos tienen alas, y mirando desde abajo, cualquier pájaro con alas vuela.
Justo al lado nos encontramos con el número 1 de la Gran Vía, el edificio Grassy, del que hablaremos próximamente.


Victoria alada, vista nocturna