He aquí la historia de un bandolero madrileño que por amor a una mujer acabó en el garrote vil a los 33 años, sin que se le concediera la clemencia que pidió a la reina María Cristina de Borbón. Antes de morir pronunció la frase "Patria mía, sé feliz".
En el popular barrio de Lavapiés de Madrid nació en el mes de marzo de 1806 un niño, hijo de un carpintero, que había de dar que hablar a los madrileños y llegaría a convertirse en un mito.
La niñez de Luis Candelas, que este era el nombre del futuro héroe, se curtió en las pedreas entre bandas rivales, que en las afueras, al amparo de un ribazo o de alguna tapia derruida, se trababan, casi diariamente, entre los muchachuelos de los contornos, a golpe de honda o con el impulso del propio brazo, bien adiestrado. De las pedreas y de las pequeñas raterías fue pasando a las mayores y muy pronto fueron las mujeres fuente de ingresos para él.
La muerte del padre en 1823 dio a Luis mayores libertades, si es que alguna le faltaba, para sus hazañas. Poco después, en 1827, casó con una costurera, Manuela Sánchez, con la que viaja a Zamora, donde la abandona. A su regreso a Madrid, centro siempre de sus aventuras, reune a su alrededor a un grupo que le secunda en sus trabajos delictivos, que llegan ya a mayores horizontes. El escalo de un almacén, el del Genovés, es quizá la primera acción importante del grupo. Después, la banda actuará durante bastante tiempo en las afueras de la Villa: asaltos a diligencias y viajeros, robos en casas de campo y de labranza, son la fuente de ingreso de la pandilla. Las quintas de recreo que muchas familias madrileñas sostienen en los Carabancheles, forman también parte de sus habituales raterías, que van a culminar, en esta primera parte, con el asalto a mano armada del Balneario de Sacedón. Vienen después los robos en comercios de Madrid, el de la Posada del Rincón, del espartero de la calle de Segovia, pueden ser ejemplo de éstos.
Mientras tanto los frecuentes y fructíferos golpes han producido al bandido ganancias crecidas, se trata, pues, de cubrirse ante la acción de la justicia, que, con los frecuentes desmanes de la banda, comienza a tomar ésta en consideración. Para esto se fabrica una nueva personalidad y con el nombre de Luis Álvarez de los Cobos, y haciéndose pasar por un acaudalado caballero llegado del Perú, de donde todas las fortunas son posibles, vive en una casa de la calle de Tudescos, cuya salida posterior facilita sus planes. Desde esta posición se oculta a la justicia y se pone en lugar que le permite planear más fructíferos golpes, siempre ayudado por su banda.
Esta situación confusa y alguna escapada de la cárcel, más debida a un generoso reparto de onzas de oro que a otra razón, le han dado fama de inaprehensible. Un golpe audaz va a coronar esta fama: el asalto a la casa de la modista de la reina, Vicenta Mormín, en la calle de Preciados, que realiza el domingo de Carnaval 13 de febrero de 1837. Amordazando y maniatando a cuantos encuentra en el domicilio, alcanza buen botín. El golpe es sonado y la policía la sigue, pero refugiado en la personalidad peruana puede burlarla.
El amor a una burguesita remilgada que rapta y con la que huye, pero que quiere volver a la casa paterna, le hace caer en manos de los guardias, cuando regresa para entregarla. Ya no le valdrán sus artes de fuga: el 6 de noviembre de 1837 es ajusticiado en las afueras de la Puerta de Toledo.
Si algo hace simpático a este maleante habitual es su aspecto a la vida humana, contra la que nunca atentó. Sus asaltos y robos, planeados con indudable ingenio y siempre con audacia, le dieron el favor popular y la admiración de las gentes.
Fuente: Cien madrileños ilustres. Espasa Calpe