En 1818, el ayuntamiento encarga al Arquitecto Mayor, Antonio López Aguado, el proyecto del futuro Teatro Real. Pero por diferentes motivos, la construcción del coliseo sufrió varios parones, como el de 1857, que se prolongó durante trece años.
Lo cierto es que durante su dilatada trayectoria, el Teatro Real además de albergar conciertos líricos, se convirtió en un depósito de pólvora, en Congreso de los Diputados o en improvisado cuartel durante la Guerra Civil. Pero fue el 7 de mayo de 1850 cuando su verdadera función parecía más cercana. Entonces se publicó un Real Decreto que concedía seis meses de plazo para finalizar su construcción, esperando así que pudiese ser inaugurado el mismo día en que la reina Isabel II, gran aficionada a la ópera, celebrara su cumpleaños.
El camaleónico Teatro Real y sus cambios de imagen desde su construcción hasta la actualidad
Por fin, tras una inversión de 42 millones de reales, el 19 de noviembre de 1850, el coliseo operístico abrió oficialmente sus puertas, en una noche en la que la flor y nata de la sociedad madrileña se dejó ver entre el público. La Favorita, de Donizetti, fue la pieza elegida para la puesta de largo del teatro, con la contralto Marieta Alboni sobre el escenario.
Durante más de setenta años, el Teatro Real ocupó un lugar destacado en el panorama europeo, gracias a que las grandes voces del momento protagonizaban su programación. Incluso Giuseppe Verdi, en 1863, quiso preparar personalmente en Madrid el estreno de su obra La forza del destino, función que interpretaron Lagrange y Fraschini.
A partir de 1868, tras el exilio de Isabel II, el teatro debió cambiar su nombre por el de Teatro Nacional de la Ópera, recuperando la categoría de Real con la vuelta de la monarquía en la figura de Alfonso XII. Durante décadas, el teatro pasó de mano en mano, siendo dirigido por diferentes empresarios y, además, debió resistir a un incendio en 1867 y a un hundimiento parcial en 1925 -época en la que triunfan Miguel Fleta y Matilde Revenga con La bohème, última ópera cantada antes de su cierre-.
Ya en 1966, el Teatro Real reabrió sus puertas tras la reforma dirigida por Juan Manuel González Valcárcel, esta vez como Sala de Conciertos, sede de la Orquesta y Coro Nacionales de España y, posteriormente, de la Orquesta y Coro de RTVE, aunque no fue hasta 1977 cuando el edificio fue declarado Monumento Nacional. Con el paso de los años, se reconsideró la posibilidad de devolverle al teatro su actividad original y se construyó el Auditorio Nacional de Música para acoger las actuaciones sinfónicas.
Finalmente, el 11 de octubre de 1997, el Teatro Real abrió de nuevo sus puertas como teatro para la ópera. La nueva cubierta solucionó problemas acústicos y amplió el espacio para salas de ensayo, pero la verdadera joya del edificio es la caja escénica que, con 1.472 m², permite complejos cambios de decorado gracias a sus 18 plataformas articuladas, que admiten múltiples combinaciones en el escenario y el foso de la orquesta. Por su parte, la sala de espectadores incluye las mejores instalaciones para favorecer el espectáculo, aun manteniendo la estética histórica en elementos como el telón de boca o las reproducciones exactas del techo de la sala y antepechos de los palcos que fueron instalados en 1850.
Con un aforo que oscila entre 1748 y 1854 localidades en función de las necesidades del montaje, el teatro dispone de 28 palcos en las diferentes plantas, además de ocho proscenios y del Palco Real de doble altura. En contraste con estos palcos, la zona llamada Paraíso (el gallinero ) es la más alta y la que más ha crecido desde sus inicios, aunque sin alterar la vista general del teatro.
La única planta dedicada exclusivamente al público es ‘La Rotonda’, que rodea por completo el edificio. En ella, se ubican cuatro grandes salones decorados en diferentes tonalidades y con elementos de Patrimonio Nacional y del Museo del Prado. Asimismo, las lámparas se fabricaron en la Real Fábrica de la Granja para el teatro. Cada uno de estos salones ha sido bautizado con el nombre de las calles que se divisan desde sus ventanas: Carlos III, Vergara, Arrieta y Felipe V.
Desde que el 11 de octubre de 1997, dos obras de Manuel de Falla –el ballet El sombrero de tres picos y la ópera La vida breve- abrieran la más reciente etapa del coliseo, el Teatro Real ha ido creciendo poco a poco en número de producciones propias, sin que ello signifique que hayan renunciado a traer sobresalientes montajes extranjeros. El estreno absoluto del nuevo Teatro Real se celebró ese mismo mes de octubre con una producción propia que protagonizó Plácido Domingo: Divinas palabras, obra de Antón García Abril.
Tanto la presentación de producciones propias, como la reposición de sus montajes de mayor éxito o la invitación de montajes foráneos responden a la política de la institución diseñada para formar al público nuevo, pero también para responder a las exigencias de los más fieles aficionados.
Actualmente el Teatro Real de Madrid está considerado como uno de los mejores del mundo.
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